viernes, abril 09, 2010

La Iglesia, la pedofilia y mis recuerdos

Mi abuelo materno fue siempre un anticlerical militante, cuyas coplas contra la Iglesia escuché desde niña. Mi madre, sufrió la discriminación por ser hija de tal hereje en una sociedad en que no se permitía el tener su “propia fe” de acuerdo a la canción de Georges Brassens. Por lo tanto, para evitar que sus hijos sufrieran ese desprecio social, me envió a la iglesia desde los ocho años, edad en que llegué a vivir a la ciudad.
La parroquia se llamaba “Virgen Niña” y era el centro social del barrio. Eran los años sesenta.
En la parroquia había un metegol, historietas para leer, practicábamos basquetbol y preparábamos obras de teatro. En el día del niño, nos daban un desayuno con chocolate y una vez al año nos llevaban de paseo .
Para acceder a estos beneficios debíamos asistir a misa los domingos. De las misas recuerdo el aburrimiento de una hora que no pasaba nunca y los sermones: la desvergüenza de las mujeres que se ponían bikinis, el avance del peor enemigo de la Iglesia, es decir el comunismo y la necesidad de que las familias fueran a misa.
Durante las vacaciones, para poder pasar a la sala de los juegos y de las revistas, primero nos sentaban a ver documentales de la "Alianza para el Progreso", donde aparecía el presidente Kennedy saludando a los presidentes sudamericanos.
Los niños y las niñas teníamos actividades por separado. Los niños estaban a cargo del padre Montanaro y las niñas a cargo del padre Racca (ambos italianos y salesianos, de sotana negra con botones).
Hice mi primera comunión a los ocho años con vestido largo y blanco de plumetí, limosnera y tocado. Todo el atuendo fue escondido por varios días para que no lo viera mi abuelo.
La confesión previa a la primera comunión me produjo un estado de angustia que me duró varios días. Como no encontraba ningún pecado que confesar, salvo el de “contestarle” a mi mamá, fui respondiendo afirmativamente las sugerencias que me hacía el cura. Cuando me preguntó si había tenido “malos pensamientos” le dije que sí, cuando me preguntó si me había “tocado” le dije que sí, sin entender lo que en realidad me preguntaba. Al final, me dijo que rezara y que tuviera cuidado “si no quería ser madre antes de tiempo”. Esa frase me dio vueltas en la cabeza por días, no la entendía mucho pero sospechaba que algo tenía que ver con el sexo y que, por supuesto, eso era muy malo.
El padre Racca nos trataba bien, le gustaba conversar con nosotras, escribía obras de teatro (como “Las horas y el tiempo” o “Cenicienta”) que luego representábamos cuando venía el obispo. (Siempre agradecí que mi padre no fuera a la iglesia, sentía repulsión por los hombres grandes que se arrodillaban y besaban el anillo del obispo).
El padre Racca nos tomaba las manos y nos “amasaba” cada dedo mientras nos decía que quería saber cuáles eran nuestras “sensaciones” en ese momento. Nosotras, las niñas de la parroquia, le contestábamos con absoluta inocencia. Conmigo nunca pasó del “amasado” de manos.
Del padre Montanaro y la relación con los varones, no sé nada. Era muy querido por ellos, eso se podía ver.
A los catorce años dejé de ir a la Iglesia. Hablé con el padre Racca y le dije que ya no tenía fe, que no “creía”. De pronto se me instaló un espíritu científico y positivista que me impidió creer en dogmas revelados y que no me ha abandonado nunca.
Supongo que por eso soy atea, no tengo el don de la fe. A veces, en los momentos difíciles de la vida, quisiera “creer” para aliviar el dolor…pero no hay caso.
Cuando leo en la prensa actual los escándalos de los curas pedófilos, me vienen a la mente los recuerdos de mi infancia en la parroquia, estos recuerdos que recién ahora asocio con las denuncias de tantos que fueron abusados. En ese tiempo yo creía que todo era normal, que todos los curas podían “amasar” las manos de las niñas y preguntar si se habían “tocado”. Por supuesto no es comparable lo que yo viví con el abuso sexual. Pero es mi reflexión y parte de mi vida.