sábado, septiembre 30, 2006

Historias de familia: mi hermana Silvia


Mi hermana Silvia va por la vida con el corazón en la mano. Es muy fácil de herir ese corazón. No esconde nada: ni la euforia de los días felices ni el dolor desgarrado de los días amargos. Sufre y se regocija por y con los demás.
A lo largo de su vida ha sido madrina honoraria de sobrinos no bautizados, madrina real de otros sí bautizados como Dios manda, madre espiritual de gente de todas las edades (yo la llamo la "madre universal") y espíritu dispuesto para confidencias y desahogos.
Mi hermana Silvia es una luchadora y defiende sus puntos de vista con pasión y vehemencia. No acepta medias tintas ni tibiezas. A lo español. Supongo que eso viene de los genes andaluces y libertarios de nuestro abuelo Gerardo.
En esta foto, de la década del 50, mi hermana Silvia posa con su vestido de Primera Comunión, vestido de organza cosido por la tía Ana y que fuera después desguazado para dar origen a dos vestidos de "salir" (uno para ella y otro para mí), que lucimos en el casamiento de nuestra prima Blanca y que yo manché irremediablemente cuando lo vomité en plena fiesta.

domingo, septiembre 24, 2006

Historias de familia: Frate, Ita y Ana


En esta foto están las inseparables Frate e Ita, tía y sobrina pero casi hermanas por el cariño, las confidencias, las salidas compartidas y la tía Ana, sentada a la orilla del canal, con su gesto habitual desafiante ante la vida. Esta foto campesina, muestra a estas mujeres impecables en sus vestidos de confección casera. Frate, mi mamá, siempre conservó un cariño especial para su hermana-madre (la tía Ana) y para su sobrina-hermana (Ita). Aún hoy recuerda las anécdotas de juventud de aquellos turbulentos años cuarenta en que el resto del mundo se desangraba mientras nuestra aldea dormía su tranquilidad ancestral.

sábado, septiembre 16, 2006

Historias de familia: El tío Amor


Amor era uno de los cuatro hijos varones de mi abuelo Gerardo, de los que sobrevivieron claro está. Tan anticlerical el padre, que los hijos no podían llevar nombres del santoral católico. Amor era el menor, el que la abuela había tenido casi a los cuarenta y cinco años. Fue el único que estudió más allá de la enseñanza básica. Muy inteligente. Según mi padre, siempre inventaba cosas. Yo descubrí un diario de vida suyo, olvidado en la bodega abandonada, fechado en los años cuarenta y que lo mostraba como un seductor. Por supuesto que a los catorce años me enamoré de él. Mis tías y mi madre no lo nombraban y si lo hacían era con rencor. La tía Ana decía que en lugar de salir tonto como todo hijo de madre vieja, en realidad era muy “vivo”. Y ahí terminaba el comentario sin darme más pistas sobre este personaje fascinante para mí, pero polémico para ellas. Por esa época descubrí que muy cerca de la casa del abuelo vivían dos primos hermanos míos, hijos del tío Amor. Los muchachos pasaban por el frente de la casa sin saludar. Alguien ajeno a la familia me dijo un día que el abuelo sufría cada vez que los veía. Con retazos de conversaciones y después de mucho molestar, armé la historia de este tío al que no conocía. Le gustaban las carreras, apostar, jugar en el casino, inventar negocios de la nada. Y por eso se jugó la casa del abuelo que quedó hipotecada (nunca más hubo la bonanza de entonces, dice mi madre), tuvo que huir para no caer preso, cruzó la cordillera y mandó a buscar a su esposa y a sus hijos. “Ella no quiso seguirlo”, dice la tía Teresa. Él volvió, se instaló en otra ciudad, cortó los lazos con la familia (la abuela murió al año siguiente “de pena”, dicen mis tías). Empezó a irle bien, hizo fortuna, volvió a casarse y tuvo una hija. Cuando yo tenía 18 años, un día apareció a visitar a mi madre y nuevamente me enamoré de él. Veinticinco años después supimos que había muerto y su hija buscaba armar la historia de su padre. Visitó a las tías, a mi madre y a la primera esposa de su padre. A ella le entregó una pensión de viudez y se despidió de sus medios hermanos con la promesa de escribirse y de visitarse. Su diario de vida, el que yo encontré en la bodega abandonada, se perdió en una de nuestras tantas mudanzas.
En la foto el tío Amor está con Violeta, la prima de Uruguay.