sábado, octubre 07, 2006

Historias de familia: el abuelo Juan


El abuelo Juan, el paterno, fue panadero en su juventud. También fue lechero, repartía la leche a domicilio.
Una de las anécdotas que se repitieron en cada reunión familiar cuenta que la honestidad de la lechería quedó en duda cuando la mejor clienta le reclamó haberle vendido la leche “aguada” ¿Cómo de dio cuenta la señora del engaño? Porque en la leche apareció un renacuajo.
Poco recuerdo de este abuelo que murió cuando yo tenía siete años. Cuando tomaba el vaso de vino para llevarlo a la boca, la mano le temblaba. Ese es mi único recuerdo personal, el resto de las historias las conozco de oídas.

Historias de familia: El totoral




Detrás de la finca del abuelo en lo que llamábamos “el ciénego", crecía la totora, que se cortaba, se enfardaba y luego se vendía.
En esta foto está Fraternidad en medio del totoral con su amigo pampeano. Se los ve felices, relajados, a gusto en el sol. El muchacho de la boina es el que trabajaba ese día, a fines de los años 30.

Historias de familia: El tío Eusebio


No lo conocí pero desde niña me di cuenta que en el imaginario familiar fue muy importante.
El tío Eusebio era uno de los tíos españoles, había nacido con el siglo, en 1900. Fue uno de los que siguió a mi abuelo en sus ideales libertarios. En 1919, durante una manifestación, en una refriega con la policía, el tío Eusebio fue acusado de la muerte de una persona. Inmediatamente mi abuelo lo sacó de la provincia y lo mandó a Buenos Aires. Allí le dieron la identidad de un muerto y pasó a Uruguay. Desde entonces cambió su apellido y nunca regresó a la Argentina. El abuelo y la tía Teresa lo fueron a visitar en 1954. En Montevideo siguió con su pensamiento de izquierda, las anécdotas que contaban sobre él siempre me cautivaron. Dicen que si conocía a alguien en el tren, entablaba conversación y lo llevaba a almorzar a su casa. Yo me lo imagino apasionado, conversador, seductor.
El tío Eusebio murió en 1961, de un síncope, palabra que yo no conocía y que quedó grabada en mi memoria como sinónimo de terrible accidente.
El abuelo Gerardo guardó luto, estuvo muy triste durante una semana y colocó una cinta negra en su chaleco.

lunes, octubre 02, 2006

Historias de familia: las uruguayas





La tía Isabel de Uruguay y mi prima Violeta pertenecían a esa parte de la historia familiar que me fascinaba porque era diferente a la de todas mis amigas. En el comedor de la casa del abuelo había una foto de la tía Teresa en la playa, cerca de Montevideo, de la época en que fue con mi abuelo a visitar a la familia uruguaya. Yo, que nunca había visto el mar, me imaginaba un país exótico y lejano.
Las conocí a ambas, treinta años después de la fecha de la postal, y me parecieron tan dulces, tan educadas y tan cultas que desde entonces Uruguay es para mí uno de los países en que me hubiera gustado vivir.

sábado, septiembre 30, 2006

Historias de familia: mi hermana Silvia


Mi hermana Silvia va por la vida con el corazón en la mano. Es muy fácil de herir ese corazón. No esconde nada: ni la euforia de los días felices ni el dolor desgarrado de los días amargos. Sufre y se regocija por y con los demás.
A lo largo de su vida ha sido madrina honoraria de sobrinos no bautizados, madrina real de otros sí bautizados como Dios manda, madre espiritual de gente de todas las edades (yo la llamo la "madre universal") y espíritu dispuesto para confidencias y desahogos.
Mi hermana Silvia es una luchadora y defiende sus puntos de vista con pasión y vehemencia. No acepta medias tintas ni tibiezas. A lo español. Supongo que eso viene de los genes andaluces y libertarios de nuestro abuelo Gerardo.
En esta foto, de la década del 50, mi hermana Silvia posa con su vestido de Primera Comunión, vestido de organza cosido por la tía Ana y que fuera después desguazado para dar origen a dos vestidos de "salir" (uno para ella y otro para mí), que lucimos en el casamiento de nuestra prima Blanca y que yo manché irremediablemente cuando lo vomité en plena fiesta.

domingo, septiembre 24, 2006

Historias de familia: Frate, Ita y Ana


En esta foto están las inseparables Frate e Ita, tía y sobrina pero casi hermanas por el cariño, las confidencias, las salidas compartidas y la tía Ana, sentada a la orilla del canal, con su gesto habitual desafiante ante la vida. Esta foto campesina, muestra a estas mujeres impecables en sus vestidos de confección casera. Frate, mi mamá, siempre conservó un cariño especial para su hermana-madre (la tía Ana) y para su sobrina-hermana (Ita). Aún hoy recuerda las anécdotas de juventud de aquellos turbulentos años cuarenta en que el resto del mundo se desangraba mientras nuestra aldea dormía su tranquilidad ancestral.

sábado, septiembre 16, 2006

Historias de familia: El tío Amor


Amor era uno de los cuatro hijos varones de mi abuelo Gerardo, de los que sobrevivieron claro está. Tan anticlerical el padre, que los hijos no podían llevar nombres del santoral católico. Amor era el menor, el que la abuela había tenido casi a los cuarenta y cinco años. Fue el único que estudió más allá de la enseñanza básica. Muy inteligente. Según mi padre, siempre inventaba cosas. Yo descubrí un diario de vida suyo, olvidado en la bodega abandonada, fechado en los años cuarenta y que lo mostraba como un seductor. Por supuesto que a los catorce años me enamoré de él. Mis tías y mi madre no lo nombraban y si lo hacían era con rencor. La tía Ana decía que en lugar de salir tonto como todo hijo de madre vieja, en realidad era muy “vivo”. Y ahí terminaba el comentario sin darme más pistas sobre este personaje fascinante para mí, pero polémico para ellas. Por esa época descubrí que muy cerca de la casa del abuelo vivían dos primos hermanos míos, hijos del tío Amor. Los muchachos pasaban por el frente de la casa sin saludar. Alguien ajeno a la familia me dijo un día que el abuelo sufría cada vez que los veía. Con retazos de conversaciones y después de mucho molestar, armé la historia de este tío al que no conocía. Le gustaban las carreras, apostar, jugar en el casino, inventar negocios de la nada. Y por eso se jugó la casa del abuelo que quedó hipotecada (nunca más hubo la bonanza de entonces, dice mi madre), tuvo que huir para no caer preso, cruzó la cordillera y mandó a buscar a su esposa y a sus hijos. “Ella no quiso seguirlo”, dice la tía Teresa. Él volvió, se instaló en otra ciudad, cortó los lazos con la familia (la abuela murió al año siguiente “de pena”, dicen mis tías). Empezó a irle bien, hizo fortuna, volvió a casarse y tuvo una hija. Cuando yo tenía 18 años, un día apareció a visitar a mi madre y nuevamente me enamoré de él. Veinticinco años después supimos que había muerto y su hija buscaba armar la historia de su padre. Visitó a las tías, a mi madre y a la primera esposa de su padre. A ella le entregó una pensión de viudez y se despidió de sus medios hermanos con la promesa de escribirse y de visitarse. Su diario de vida, el que yo encontré en la bodega abandonada, se perdió en una de nuestras tantas mudanzas.
En la foto el tío Amor está con Violeta, la prima de Uruguay.

jueves, agosto 03, 2006

Historias de familia: Mis padres





Mis padres se conocieron en un baile que los republicanos españoles de Rivadavia, en la provincia de Mendoza, organizaron para juntar fondos que enviaban a España.
Durante su noviazgo, raramente podían estar solos.
En estas fotos, tomadas el mismo día se los ve muy enamorados, paseando por el campo.

martes, agosto 01, 2006

Historias de familia: el abuelo Gerardo


Mi abuelo Gerardo fue una de esas personas que marcan a varias generaciones.
Nació en Cúllar de Baza, en Granada. Era un andaluz típico: alegre, juguetón, muy cariñoso.
Lo recuerdo cantando coplas populares que nosotros no entendíamos, como aquella de “las flores de mayo que nacen en la primavera” ¿En mayo, la primavera? Él se reía: “Qué sabéis vosotros, indios”, nos decía. No había ningún racismo en sus palabras, era una persona de mente abierta, un anarquista que le puso “Fraternidad” a mi madre para evitar los nombres del santoral.
Profundamente anticlerical, cuando se encendía luego de algún vasito de vino tinto, en las reuniones familiares, recitaba sus versos contra la iglesia, ante la mirada reprobatoria de sus hijas.
Yo me iba de vacaciones a su casa todos los veranos durante casi tres meses. Allí, en el campo, el tiempo se me escurría entre las idas a cosechar duraznos en la carretela, los juegos con mis primos desde la mañana hasta la noche, los cuentos y poesías recitados bajo las estrellas y el olor de las lilas, madreselvas y rosas mosquetas.
Cuando era el momento de regresar a mi casa en la ciudad, los dos llorábamos mientras me acompañaba a tomar el ómnibus.
Mi abuelo murió cuando yo tenía 13 años, creo que marcó el fin de la infancia.
En la foto tengo 9 años y estoy con él y la nieta de su compadre de La Pampa.