sábado, septiembre 16, 2006

Historias de familia: El tío Amor


Amor era uno de los cuatro hijos varones de mi abuelo Gerardo, de los que sobrevivieron claro está. Tan anticlerical el padre, que los hijos no podían llevar nombres del santoral católico. Amor era el menor, el que la abuela había tenido casi a los cuarenta y cinco años. Fue el único que estudió más allá de la enseñanza básica. Muy inteligente. Según mi padre, siempre inventaba cosas. Yo descubrí un diario de vida suyo, olvidado en la bodega abandonada, fechado en los años cuarenta y que lo mostraba como un seductor. Por supuesto que a los catorce años me enamoré de él. Mis tías y mi madre no lo nombraban y si lo hacían era con rencor. La tía Ana decía que en lugar de salir tonto como todo hijo de madre vieja, en realidad era muy “vivo”. Y ahí terminaba el comentario sin darme más pistas sobre este personaje fascinante para mí, pero polémico para ellas. Por esa época descubrí que muy cerca de la casa del abuelo vivían dos primos hermanos míos, hijos del tío Amor. Los muchachos pasaban por el frente de la casa sin saludar. Alguien ajeno a la familia me dijo un día que el abuelo sufría cada vez que los veía. Con retazos de conversaciones y después de mucho molestar, armé la historia de este tío al que no conocía. Le gustaban las carreras, apostar, jugar en el casino, inventar negocios de la nada. Y por eso se jugó la casa del abuelo que quedó hipotecada (nunca más hubo la bonanza de entonces, dice mi madre), tuvo que huir para no caer preso, cruzó la cordillera y mandó a buscar a su esposa y a sus hijos. “Ella no quiso seguirlo”, dice la tía Teresa. Él volvió, se instaló en otra ciudad, cortó los lazos con la familia (la abuela murió al año siguiente “de pena”, dicen mis tías). Empezó a irle bien, hizo fortuna, volvió a casarse y tuvo una hija. Cuando yo tenía 18 años, un día apareció a visitar a mi madre y nuevamente me enamoré de él. Veinticinco años después supimos que había muerto y su hija buscaba armar la historia de su padre. Visitó a las tías, a mi madre y a la primera esposa de su padre. A ella le entregó una pensión de viudez y se despidió de sus medios hermanos con la promesa de escribirse y de visitarse. Su diario de vida, el que yo encontré en la bodega abandonada, se perdió en una de nuestras tantas mudanzas.
En la foto el tío Amor está con Violeta, la prima de Uruguay.

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